Somalia nació en 1960 de la fusión de las descolonizadas Somalilandias italiana y británica. Aparece en los mapas y es por todos conocida. Y sin embargo no existe. Está dividida en un sinfín de reinos de taifas. El gobierno no tiene capacidad para recaudar los impuestos, mantener el orden o establecer un poder judicial, entre otros.
Dentro del territorio somalí podemos encontrar varios estados de facto; uno es la propia República Somalí, otros tres estados autoproclamados autónomos que sólo en la teoría pertenecen a Somalia (Puntlandia, Galmudug y Maajir), otro que amenaza con la secesión (Jubalandia) y otro, Somalilandia, independiente desde 1991.
A esto se le debe sumar otras regiones que son gobernadas por reyezuelos locales, tribus, señores de la guerra o que directamente son tierra de nadie. La anarquía. En la práctica el Estado Somalí controla la capital, Mogadiscio, y Baidoia. En el resto del país la única autoridad es la de quien empuña un fusil. Es la ley de la jungla.
El desmembramiento de Somalia ocurrió en 1991, pocos meses después de la caída de Siad Barre, el dictador que gobernó la nación con mano de hierro desde 1969. Los opositores no se pusieron de acuerdo y comenzaron a luchar entre ellos. Esta Guerra Civil Somalí iniciada en 1991 dura aún hoy y se ha cobrado 400.000 vidas.
Un 60% de somalíes son pastores nómadas o seminómadas de vacas, camellos, ovejas y cabras y un 25% granjeros. La religión predominante es el islam y la lengua oficial somalí y árabe, aunque también se habla italiano e inglés, entre otros. La familia es el núcleo central de la sociedad, la cual se divide en numerosos clanes.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) intentó reconstruir el fallido estado somalí pero al final lo dejó por imposible. Actualmente, un gobierno de transición, los islamistas y los señores de la guerra se disputan a tiros el control de un país irreal que solamente se halla en los mapas. Somalia se desintegra. Somalia no existe.
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