Kiribati es un archipiélago compuesto por 33 atolones y una isla volcánica, situado en la Micronesia. Es el hogar de más de 100.000 personas que, según las previsiones de los expertos, será totalmente engullido por el océano en menos de medio siglo. Algunas de sus islas ya están cubiertas por las aguas desde los años 90.
El presidente del país, Anote Tong, ha anunciado que Kiribati desaparecerá y ha iniciado una gira internacional a fin de encontrar una nación de adopción para sus conciudadanos. Sólo Nueva Zelanda ha respondido favorablemente. La frialdad de los países que, con sus emisiones de gas, condenan a Kiribati hiela la sangre.
La construcción de un dique temporal de refuerzo en las islas Gilbert, las más pobladas del Kiribati, costaría más del doble del PIB del país, el segundo más bajo del mundo en paridad de poder adquisitivo. No es su único problema. En 1988 el Gobierno reubicó más de 5000 personas para luchar contra la superpoblación del estado.
Las naciones industriales son las grandes emisoras del CO2 que causa el cambio climático. Los archipiélagos del Pacífico Sur sólo producen el 0,6% de la polución global pero son los grandes damnificados por la crecida del mar. El hundimiento de Kiribati es inexorable y los países de la zona se preguntan quien de ellos será el próximo.
Como anécdota, Isla Christmas es el atolón más grande del mundo y el último lugar poblado en dar la vuelta al calendario cada año (en 2011 se cambió al otro lado de su uso horario para comerciar con sus vecinos). Y «Kiribati» es, en la lengua local, el plural de Gilbert, y hace honor al descubridor del país, Thomas Gilbert.
Kiribati habla una lengua, el gilbertés, de más de 2000 años de antigüedad pero el naufragio de la república puede traer consigo el fin de su cultura ancestral. Los kiribatíes se enfrentan casi solos a su desaparición como nación, repitiendo así la legendaria historia de la vieja Atlántida y condenados a ser olvidados para siempre.






Comentarios recientes