A menudo la sociedad carga contra los inmigrantes. La inmigración es un mal necesario y un fenómeno imparable. Por más leyes coercitivas que apruebe el Gobierno, nunca será capaz de detenerla. Porque cuando un hombre prefiere arriesgarse a morir en una patera para atravesar el estrecho de Gibraltar a vivir en su nación, poco le importa la ley. En el África Subsahariana la gente no tiene ni siquiera anestesia. Imagine que le operan de una apendicitis al vivo. Imagine que le abren al vivo, que le operan al vivo, que le cosen al vivo. La propia muerte es preferible a vivir así.
Los inmigrantes se ocupan de los trabajos que los nacionales no queremos hacer, nos hacen falta para la economía y para el futuro de la Seguridad Social, para poblar España (estado con la natalidad más baja de Europa) y también contribuyen a un mayor pluralismo socio-cultural. El problema es que estos inmigrantes suelen tener un nivel de estudios bajo y lejos de aprender la lengua autóctona acaban engordando el gigante español. Hay que integrarlos pero ¿cómo convencer a un inmigrante de que aprenda valenciano cuando los propios valencianos pasan de su lengua?
Me parece indecente que se identifique inmigración con delincuencia. Mis padres fueron a trabajar a Francia y Suiza, y fueron de esos dos millones de emigrantes que levantaron España con sus divisas en un acto patriótico. Ellos tuvieron que ser los moros de Europa y aguantar que les dijeran «españoles de mierda» para que hoy la juventud pueda estudiar. El fenómeno de la inmigración es muy reciente en España. Recuerdo que en la década de los ochenta no había casi inmigrantes en la nación. Y hoy hay un montón. Y cada vez serán más.
La integración pasa por el mutuo respeto de las culturas y los estilos de vida. Pero sobretodo debemos ser conscientes de que son ellos quienes se han de adaptar a nuestras costumbres y no al revés. Si un padre musulmán prohíbe que su hija haga gimnasia en compañía de los chicos porque ésa es su tradición tenemos que recordarle que no está en su país y si continua vulnerando la ley se le debe retirar la tutela de los hijos por mal padre. Pero les tenemos que respetar nosotros también. Pueden erigir sus mezquitas mientras no hagan daño a nadie. En derechos y obligaciones, debe ser igual todo el mundo.
A todos estos individuos racistas que constantemente cargan contra los inmigrantes y que desean que estos sean expulsados yo les preguntaría si ellos estarían dispuestos a ocupar las plazas de trabajo de los inmigrantes; es decir, si están dispuestos a realizar unos trabajos muy duros, de jornadas de sol a sol, por unos salarios mínimos. En caso de que respondieran que sí se acabaría el paro en España y no harían falta inmigrantes. Pero cuando hay paro es porque esta gente nacional no está por la labor de tragar con esto. Por tanto, la inmigración deviene en imprescindible hoy.
Las capitales de Europa Occidental están siendo invadidas por un ejército de mendigos. Las gitanas rumanas con sus bebés en brazos acosan a los ciudadanos por todos lados: «Romania, po favó, mucho hambree…»
Quien venga a trabajar bienvenido sea pero quien venga a delinquir, mendigar o a explotar a sus hijos que lo repatrien a su país. El gran problema es que si los inmigrantes son indocumentados no pueden tener trabajo y deben delinquir para vivir. Crear guettos y engrosar bolsas de pobreza y marginalidad no parece la mejor opción para integrarlos.
Somos seis mil millones de personas en el mundo. Mil millones vivimos relativamente bien y hay otros cinco mil millones que viven de pena. De la misma manera que hubo dos millones de patriotas que sacaron al Estado de la miseria -esa gente se merece una medalla por su heroicidad- también hay gente extranjera que piensa en dar una mejor vida a sus hijos o que se mueve por el más puro instinto de autoconservación. Es algo humano. Hay miles de millones de hambrientos golpeando las puertas del Primer Mundo. Y las puertas caerán un día u otro.
Si los europeos invadimos a otros pueblos en el pasado hoy son ellos los que nos invaden a nosotros, aunque esta vez de un modo pacífico. No quieren matarnos ni tan siquiera colonizarlos. Sólo quieren trabajo y una vida digna. Pero si no les proporcionamos una vida digna en sus propios países no me extrañaría que llegara el día en que en Europa haya más gente descendiente de inmigrantes que de población nativa. Ayudémosles. Los inmigrantes no son basura. Ni estadísticas. Ni cifras. Son personas como usted o como yo, con nombres y apellidos, que tienen sentimientos y un corazón.
Ciertamente, a los inmigrantes no se les ha perdido nada en nuestro país. Y no lo digo con un tono xenófobo ni mucho menos. Ellos deberían estar en sus países haciendo su vida, pero la cuestión es que sus naciones están quebradas por la miseria y la corrupción. En condiciones normales, ellos se quedarían allí, pero como no hay horizontes de futuro se vienen aquí. Por eso la solución no consiste en aceptarlos sino en hacer posible que vivan en sus propios países y para ello hay que globalizar la democracia, la justicia y los derechos humanos. Hace falta un nuevo orden mundial.
Es absurdo tratar de parar un fenómeno que es de por sí imparable. Es como ponerle puertas al campo. La globalización debe serlo en todos los sentidos y no sólo en el económico. Mientras haya multinacionales que explotan a niños del Tercer Mundo por once céntimos de euro la hora, mientras la Comunidad Internacional mire a otro sitio ante las injusticias y conflictos del mundo, mientras no haya democracia, paz, cultura, justicia y prosperidad en estados sumidos en la más absoluta de las miserias, la invasión de los desesperados y de los muertos de hambre no se detendrá nunca.
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