No pocos ciudadanos nos acusan a los periodistas de terroristas informativos. Y la verdad es que este noble oficio está lleno de manipulaciones, de medias verdades, que son siempre las peores mentiras.
Célebre ya es la visita que el Obispo de Canterbury hizo a Nueva York con motivo de su trabajo religioso. Previamente, ya le habían advertido de que la prensa estadounidense es de armas tomar y que cuando le hicieran alguna pregunta comprometida lo mejor que podía hacer es responder con otra pregunta, al estilo gallego, para así fingir ignorancia y salir del paso. En la rueda de prensa un periodista le esputó: “Señor Obispo, ¿qué opina usted de que haya tantas casas de putas en Manhattan?”. Ante lo espinoso de la cuestión, el interrogado recordó el consejo recibido y contestó con otra pregunta: “¡Ah, pero… ¿hay muchas cosas de ésas en Manhattan?”. Al día siguiente, la prensa abría con este titular: “Obispo de Canterbury: “¿Hay muchas casas de putas en Manhattan?” Es evidente que los lectores se llevaron una idea muy distorsionada de las intenciones reales del obispo.
Otro caso flagrante de parcialidad fue el padecido por Silvio Berlusconi. Cuando en 2007 el primer ministro italiano empezó a perseguir con el estado de derecho a inmigrantes ilegales y a gitanos rumanos para expulsarlos del país, toda la prensa europea le acusó de racismo y xenofobia y de que el fascismo mussoliniano había regresado a Italia. Curiosamente, lo único que hizo Berlusconi fue poner en funcionamiento la ley que tan sólo unos meses antes había aprobado su antecesor en el cargo, el socialista Romano Prodi. ¿Y qué ocurrió cuando Prodi aprobó esta ley en 2006? ¿Alguien le acusó de fascista, racista y xenófobo? Nadie, porque se entiende que si una ley la aprueba un gobernante de izquierdas entonces es progresista pero si la misma ley, no una parecida sino la misma, la aplica un mandatario de derechas entonces es que Europa se enfrenta al fascismo más crudo.
¿Quién se acuerda de la famosa gripe aviar de hace unos años? Entonces los diarios alarmaban a la población con la propagación de una enfermedad rarísima aparecida en Asia: una gripe que tenían los pollos, que se podía contagiar a los humanos y que iba a matar a nada más y nada menos que 100 millones de personas. El doble de muertos de la Segunda Guerra Mundial. Casi nada. ¿Conoce usted a alguien de su entorno que muriera por gripe aviar? Yo no. Los estados se lanzaron como locos a comprar millones y millones de vacunas. Para nada. Eso sí, las empresas farmacéuticas hicieron su agosto con una psicosis premeditadamente estudiada. Ahora la historia se repite: en esta ocasión la gripe no es aviar sino porcina. Pero la idea es la misma: meter el miedo en el cuerpo a la gente y vender vacunas. Sólo un dato: a final de año muere mucha más gente de gripe común que de porcina.
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