Hay pocas cosas que me gusten de España pero las que me gustan, me encantan, como la tortilla de patatas o la siesta. Antiguamente, los europeos nos miraban con mala cara y nos acusaban de vagos por descansar media horita después de comer. Pero desde hace años esa perspectiva ha cambiado… Los turistas europeos que vienen a nuestras tierras se dan cuenta de que recién comido, con el sopor de la digestión y lo cálido del clima mediterráneo, el cuerpo pide un descansillo. Además, científicos alemanes certifican las bondades de la siesta; te oxigena el cerebro y tras esta breve pausa, estás mucho más activo. Es como recargar las pilas.
Supongo que en Siberia o en Escandinavia, a 20º bajo cero, a uno no le entra sueño después de comer, pero aquí, con este clima que es la envidia de Europa, es normal parar para reponer energías. Yo quiero rendir tributo a nuestro particular yoga ibérico, que debería ser declarado por la UNESCO patrimonio inmaterial de la humanidad. No pocos médicos recomiendan una siesta de 20 a 30 minutos pero personalmente la prefiero de dos o tres horitas en la cama, una siesta de pijama, Padrenuestro y orinal, que decía el escritor Camilo José Cela. Dormir la siesta es todo un arte… No todo el mundo vale para ello. Hay que tener casta y oficio.
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