Dos hostias dadas a tiempo.

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Como todos los años, el comienzo del curso escolar ha venido acompañado de las escandalosas denuncias de indisciplina en las aulas, de las agresiones, humillaciones y faltas de respeto que a diario deben padecer los profesores a manos de unos adolescentes asilvestrados que han crecido sin que sus padres nunca les hayan dicho que no a nada.

¿Y cual es la respuesta del Estado? La negociación, el diálogo, la autoridad compartida. Jamás la disciplina. Hoy tenemos más departamentos de calidad que nunca; más teorías psicosociales y psicoevolutivas que nunca; más sociólogos, psicólogos, pedagogos, terapeutas y especialistas que nunca. ¿Y cual es el resultado? Que estamos peor que nunca.

En la época de la dictadura no había nada de esto y sin embargo, los alumnos iban más rectos que un soldado. ¿Por qué? Porque desgraciadamente, y remarco lo de desgraciadamente, la naturaleza humana es como es. Y para la naturaleza humana dos hostias bien dadas pesan más que todos los sociólogos del mundo. Así de triste pero así de real.

A los hechos me remito: que se ha pasado de “don Fernando” a “el hijoputa del profesor”. A esto nos ha llevado la podredumbre moral en la que vivimos instalados, ese relativismo que dice que todos somos iguales, que todo el mundo tiene derechos y nadie obligaciones. Así nos va.

Y que nadie se equivoque. Que ni abogo por la autocracia ni por la violencia. Para mí la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. Y además de los sopapos existen otros medios más civilizados para mantener a raya al personal. Sólo estoy diciendo que las cosas se han salido de madre, que hemos querido jugar a ser tan liberales, tan modernos y tan guays que la cosa ha devenido en anarquía.

Un país en que los niños dominan a los padres y los alumnos a los profesores es una sociedad enferma que está pidiendo a gritos que alguien con autoridad ponga orden.

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