El papel de los artistas.

Pablo Neruda, creador de algunos de los versos más bellos de la historia, abandonó a su hija por tener hidrocefalia. El informático Steve Jobs, archimillonario, se negaba a ayudar a los pobres. El pintor Pablo Picasso era un narcisista patológico. Richard Strauss fue un nazi. Y todavía hoy muchos profesores ocultan deliberadamente a sus alumnos que Josep Pla fue franquista y Joan Fuster falangista.

Debe de ser duro conocer a un ídolo y comprobar que su persona no está a la altura de su obra. Según un estudio de la Universidad de Boston, el 65% de la población cree que la vida de los artistas debería ser un buen ejemplo para la juventud. Pero si es así, ¿con qué valores los juzgaremos? A Borges nunca le dieron el Nobel por apoyar la dictadura de Pinochet pero a García Márquez sí se lo dieron pese a apoyar la dictadura de Fidel. ¿No es esto una doble vara de medir?

Creo que no deberíamos juzgar a un artista por su vida (¿qué más me da a mí que fuera mujeriego, homosexual o fascista?) sino estrictamente por su obra. Pero la obra no puede ser exclusivamente estética sino principalmente ética. El intelectual debería huir del “arte por el arte” y entender que, como decía la Madre Teresa: “Quien no vive para servir no sirve para vivir”.

¿Contribuye la obra de un intelectual a un mundo más justo, más solidario, mejor? ¿O es un mero despliegue de fuegos artificiales con el que deslumbrar al público? La primera opción es preferible a la segunda. En cierta ocasión un periodista le preguntó al poeta dominicano Joaquín Balaguer (partidario de la dictadura de Trujillo): “¿Cómo puede usted escribir poesía sobre flores silvestres? ¿Es que no oye los gritos de dolor de los torturados?”. Pues en esas estamos.

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